jueves, 29 de septiembre de 2011

Izanagi e Izanami

Izanagi e Izanami agitan la Lanza de la Creación desde el Puente del CieloEsto no es historia, es mitología, pero es el relato de cómo los antiguos japoneses creían que había sido creado el mundo. Todas las civilizaciones tienen su propio mito de la creación; casi siempre son historias crudas y a menudo escatológicas, que nos dejan entrever el nacimiento de una cultura todavía balbuceante.

Izanagi e Izanami son las dos deidades creadoras de la cosmogonía japonesa. No nacieron de la nada, muy al contrario, eran los descendientes en séptima generación de una tríada de misteriosos dioses primigenios, sin forma ni personalidad definida. Cuando los dioses celestiales decidieron crear el mundo, encargaron la misión a la pareja más joven de dioses hermanos. Para ello, les entregaron una gigantesca lanza recamada de gemas.

Desde el Puente Flotante del Cielo, Izanagi comenzó a remover la alabarda en las entrañas de las aguas informes; poco a poco se formó la primera de las islas, la de Onogoro. Allí descendieron los dos dioses y construyeron un palacio, que fue su residencia.

Después, la celestial pareja se unió físicamente para poder crear la Tierra, sin embargo sólo pudieron concebir a un niño sanguijuela (hiru-go)  y a la deforme isla de Awa. Preocupados, subieron a la Esfera Celeste para consultar a los dioses. Estos les dijeron que habían realizado el rito de la procreación de manera incorrecta, pues Izanami había sido la primera en hablar.

Izanagi e Izanami repitieron el rito y, ahora sí, engendraron a todas las islas del Japón y a un gran número de deidades. Sin embargo, la última de estas, el dios del fuego Kagutsuchi, abrasó los genitales de su madre al salir al exterior. Izanami enfermó y murió, no sin que antes nacieran todavía nuevos dioses de sus vómitos y sus heces.

Desconsolado y furioso, Izanagi desenvainó su espada de diez palmos y decapitó al Dios del Fuego. De la sangre vertida por el arma y del cuerpo inerte nacieron también multitud de deidades.

Izanagi intentó recuperar a su fallecida esposa. Para ello, viajó a Yomi, el País de las Tinieblas. Cuando llamó a las puertas del reino oscuro, le abrió el espíritu de Izanami. Era demasiado tarde, pues la diosa ya había comido los alimentos de la región de la muerte, lo que hacía imposible su retorno. O no, tal vez había una posibilidad, pero Izanagi debía esperarla y no intentar penetrar en el Reino de las Tinieblas ni intentar verla antes de su regreso.

Sin embargo, Izanami tardaba mucho e Izanagi, impaciente, no pudo aguantar más y penetró en la oscuridad iluminado con una antorcha que él mismo había fabricado con su peineta. Horrorizado pudo contemplar el cuerpo putrefacto de su amada. Izanami, furiosa y humillada, lanzó en su persecución a todas las fuerzas de los infiernos. Izanagi consiguió franquear las puertas del Averno y bloquearlas con una gran roca. Ya a salvo, rompió su vínculo matrimonial con el espectro:

- ¡Si me haces ésto, cada día mataré a mil humanos! – protestó el fantasma de Izanami.

- Si tu haces eso, cada día haré nacer a mil quinientos – respondió Izanagi.

De esta manera, la Pareja Celestial se separó para siempre.

Izanagi procedió a purificarse después de tan horrible viaje. En las aguas del río Tachibana lavó su cuerpo y sus ropas. Durante el baño nacieron muchas más divinidades, entre ellas las más importantes del panteón japonés: Amaterasu, la diosa del Sol, nació cuando se lavó su ojo derecho, Tsukuyomi, el dios de la Luna, cuando hizo lo propio con el izquierdo, y Susano, el dios de los Mares, cuando repitió la operación con su nariz. Amaterasu será la matriarca de la dinastía imperial japonesa, pues su bisnieto Jinmu Tenno será el primer ocupante del Trono del Crisantemo.

Izanami Izanagi