Aunque desconocida en gran medida en Occidente, Japón posee una tradición histórico-literaria de primer nivel, conformada por obras que relatan desde los míticos orígenes del país nipón hasta la era moderna. Tienen preferencia por la violenta época medieval, cuando nació la figura del samurai, el guerrero japonés. Serían algo cercano a los cantares de gesta o las sagas nórdicas, aunque hay que decir que estas crónicas figuran entre lo más granado de la literatura japonesa.
El Heike Monogatari, probablemente la saga más importante de la historia nipona, se ocupa de la convulsa etapa final de la era Heian, que desembocaría en el establecimiento del shogunato como forma de gobierno. Relata el ascenso y sobre todo, la pavorosa caída del clan de los Taira (o Heike), que pasó de acaparar todo el poder en el Japón medieval a ser exterminado hasta su último miembro.
Es una obra inmensamente rica y compleja. Combina momentos de gran tensión dramática o trepidante dinamismo con escenas francamente líricas y delicadas. Para el lector occidental puede ser algo difícil comprender la psicología de los personajes, tan diferente de la nuestra en ocasiones, pero estamos hablando de una obra maestra de la literatura universal; conforme nos sumergimos en el mundo que nos describe, esta barrera tiende a desaparecer, y no cabe más que rendirse ante la belleza y fuerza del texto.
El Heike Monogatari es ante todo una gran tragedia con personajes perfectamente dibujados: el soberbio primer ministro Kiyomori, que atraerá la ira divina con su orgullo desmedido y provocará la caída de su clan, aunque no vivirá para presenciar el desastre final, al igual que su prudente hijo Shigemori, que no podrá evitar los abusos de su padre y morirá con la certeza de que sus hijos sufrirán el castigo destinado a una estirpe maldita. No es la única figura trágica del relato: recordemos a Shigehira, que morirá ejecutado por pecados que nunca quiso cometer o al pequeño emperador Antoku, que desaparece en las olas del mar en Dan-no-ura (1185) durante la batalla que decidirá de una vez por todas la terrible guerra. Es este uno de los momentos más bellos y trágicos de la historia, donde el poeta da lo mejor de sí mismo y alcanza una de las cimas de la literatura de todos los tiempos.
Curiosamente son los vencedores Minamoto a menudo personajes más prosaicos (y antipáticos) que sus enemigos vencidos. El calculador Yoritomo se convertirá en el nuevo dominador de Japón y exterminará con fría crueldad a los últimos Taira supervivientes, olvidando incluso las más elementales reglas del honor. Su ambición alcanzará también a sus hermanos Noriyori y Yoshitsune, el joven general que había puesto el imperio en sus manos.
El ritmo de la narración no es uniforme y frecuentemente el autor nos lleva por senderos más apartados de la historia principal que nos permiten vislumbrar la mentalidad profundamente religiosa del Japón de su tiempo, así como la delicadeza de sentimientos y profunda educación que se le exigía a las clases altas por aquel entonces.
Asesinatos horrorosos y sublimes actos de generosidad y heroísmo. Momentos de profunda sensibilidad antes de emprender el combate más frenético. Piedad filial y la traición más oscura. La paz eterna del apartado santuario y la violencia más cruda ejercida por bonzos y teóricos ascetas. Poemas de amor y chistes groseros lanzados al enemigo. Todo esto lo podemos encontrar en esta épica historia.
El libro comienza con el tañido de la campana del monasterio de Gyon y finaliza con la triste y oscura muerte de la ex-emperatriz Kenreimon-in, madre del pequeño emperador difunto y última superviviente de los Heike. El autor cierra el círculo y deja que su historia se desvanezca en un silencio desolador, como añorando unos tiempos que ya nunca habían de volver. La época de esplendor del Japón budista.