El siglo XIV es un siglo turbulento en la historia de España, y especialmente en la de Castilla, donde una nobleza turbulenta aprovechó las circunstancias para socavar el poder de los monarcas. Efectivamente, tras la temprana muerte del Impulsivo Sancho IV, la corona recaerá en las sienes de un niño de diez años. El joven Fernando IV sólo gozará de la protección de su madre María de Molina, reina inteligente y de fuerte voluntad, pero que poco podía hacer frente las ambiciones de los grandes del reino, encabezados por los propios parientes del monarca, los infantes Juan el de Tarifa, un traidor que sólo pretendía usurpar el trono, y Enrique el Senador, un viejo hijo del rey Fernando III el Santo que pretendía pescar en aguas revueltas, tras una vida errante.
Pasaron los años entre querellas, sublevaciones y componendas varias de los nobles para repartirse tierras y prebendas. La reina María gobernaba con suma habilidad a pesar de los múltiples obstáculos. Mientras, el joven monarca llegó a la mayoría de edad. No fue esto ningún alivio para el reino, pues fue una persona de carácter débil, siempre dispuesto a dejarse influir por los que le rodeaban. María de Molina siguió protegiendo la integridad de la corona que el irreflexivo comportamiento de su hijo ponía constantemente en peligro.
Fernando IV fue un rey mediocre que murió en plena juventud. La historia no le recordaría sino fuera por la leyenda que rodea su muerte. Ha pasado a la posteridad como Fernando el Emplazado. Ahora sabremos el porqué:
Estando el rey en Palencia, llegó a sus oídos la noticia del asesinato de uno de sus más privados, Juan Alonso de Benavides. Las sospechas recayeron en dos hermanos, Juan Alfonso y Pedro Alfonso de Carvajal, ambos caballeros de Alcántara. Tras su campaña andaluza, el rey se acercó a Martos y ordenó prender a los Hermanos Carvajales. Sin atender a sus protestas de inocencia, mandó encerrarlos en una jaula de hierro y arrojarlos por la Peña de Martos. Los hermanos, antes de morir le emplazaron a comparecer ante Dios en el plazo de 30 días, para rendir cuentas por una condena tan injusta.
Efectivamente, pasado un mes exactamente desde estos sucesos, el rey era encontrado muerto en su tienda con gran sorpresa de toda la corte. El cronista lo relata de esta manera:
“É el Rey estando en esta cerca de Alcaudete, tomóle una dolencia muy grande, e affincóle en tal manera, que non pudo y estar, e vínose para Jaen con la dolencia, e no se queriendo guardar, comía carne cada día, e bebía vino...E otro día jueves, siete días de setiembre, víspera de Sancta María, echóse el Rey a dormir, e un poco después de medio día falláronle muerto en la cama, en guisa que ninguno lo vieron morir. É este jueves se cumplieron los treynta días del emplazamiento de los cavalleros que mandó matar en Martos...”
Por supuesto, los expertos modernos atribuyen esta muerte a causas como una trombosis o hemorragia cerebral, aunque no se ha podido determinar con seguridad. El rey solo tenía 27 años. Fue enterrado en Córdoba, donde todavía se puede ver su sepulcro en la iglesia de San Hipólito. El calor recomendó no trasladar el cuerpo a Sevilla o Toledo, donde se hallan enterrados sus antecesores. Castilla se vio de nuevo sumida en una nueva y turbulenta minoría, pues el nuevo monarca era un niño de un año de edad, Alfonso XI el Justiciero, llamado así porque cuando creció fue muy diferente en carácter a su padre, pues conseguiría meter en vereda a los nobles y relanzar el poderío real.
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